La neurociencia como terapia: el impacto de la música en los estudiantes

por Karen Itzel Illescas Cruz

La adolescencia, este proceso inmerso de cambios físicos, hormonales y emocionales, también es una etapa en la que la salud mental se pone a prueba. En medio de una carga académica importante, exceso de redes sociales y poco descanso, muchos jóvenes sienten que su bienestar emocional colapsa. Pero hay un recurso, tan cotidiano como poderoso, que podría marcar la diferencia: la música. Este estudio, realizado recientemente (ciclo escolar 2024-25), en un plantel de Educación Media Superior, de la UNAM (Escuela Nacional Preparatoria No. 3 “Justo Sierra”), exploró cómo la música y ciertos estímulos visuales influyen en las respuestas fisiológicas y el estado de ánimo de estudiantes adolescentes de 15 a 18 años. La idea era sencilla, pero ambiciosa: comprobar si una experiencia auditiva y visual bien diseñada podía relajar cuerpo (constantes vitales) y, la mente.

Música: agente potencial integrador de estímulos

Las ondas alfa (8-12 Hz) están presentes en un cerebro despierto, tranquilo y despreocupado, suelen asociarse con un estado de reposo y relajación absoluta. Diversos estudios (Blanchard Keith, 2024) han demostrado que la producción de estas ondas está relacionada con la reducción del estrés y la ansiedad, además de contribuir a una mejor coordinación mental e integración mente-cuerpo. Un factor clave en la estimulación de estas ondas es la música, ya que un beat muy marcado puede inducir al cerebro a sincronizarse con su ritmo y a imitarlo, generando ondas cerebrales en la misma frecuencia. Esto sugiere que ciertos estilos musicales pueden favorecer estados de calma y concentración, promoviendo beneficios cognitivos y emocionales.

El trabajo se realizó con 126 estudiantes (61 hombres y 65 mujeres) que aceptaron participar voluntariamente. El diseño corresponde a una investigación de campo, cualitativa, longitudinal y descriptiva, con dos fases principales:
1. Diagnóstico inicial, cuestionario de Ansiedad Social (Vallés, 2011), medición de pulso y presión arterial con baumanómetros semiautomáticos y preguntas tipo test sobre hábitos de sueño, uso de redes sociales y actividad física.
2. Intervención con música de diferentes géneros e imágenes de un color específico (Vázquez Vélez, 2023): Estímulos visuales: paisajes naturales y colores asociados con calma. Estímulos auditivos: música clásica, indie-rock y pop (80–100 BPM). Medición de signos vitales antes y después de la exposición.

Lo que encontramos

Ansiedad social: Gran parte de los estudiantes reportaron nerviosismo en situaciones sociales, sobre todo al interactuar con figuras de autoridad o hablar en público. Un 38.1% mencionó síntomas físicos como sudoración o palpitaciones. El 46% de los encuestados se acuesta entre las 2 y 3 a.m. usando dispositivos, 32.5% pasa más de 4 horas diarias en redes (Instagram y TikTok a la cabeza), y aunque 66% hace ejercicio, la media es apenas de una hora semanal.

Signos vitales antes de la intervención: Pulso promedio: 85 lpm (con algunos casos de taquicardia). Presión arterial: 48% en valores normales (120/80 mmHg), 50.8% con tendencia baja.

Después de la música y las imágenes: Grupo 1 (música indie-rock + imágenes en tonos azules/morados): respuestas variadas; en la mayoría bajó el pulso, en menos casos subió levemente. Grupo 2 (música pop + atardeceres naranja-rosa): en gran parte de los estudiantes el pulso y la presión arterial disminuyeron discretamente. La mayoría reportó sentirse relajado, contento o reflexivo.

¿Qué significa todo esto?

Los resultados apoyan la hipótesis: la música y las imágenes de ciertos colores pueden ayudar a modular la respuesta fisiológica y mejorar el estado de ánimo en adolescentes. Sin embargo, no todos reaccionan igual; influyen factores como recuerdos personales, gustos musicales y nivel de atención durante la sesión. También quedó claro que la mala higiene del sueño, el exceso de redes y la poca actividad física son factores que elevan el riesgo de ansiedad social.

Recomendaciones prácticas

– Integrar pausas sensoriales con música e imágenes en el día laboral o escolar.
– Fomentar el sueño reparador y la reducción de pantallas antes de dormir.
– Promover actividad física y expresión artística como válvulas de escape emocional.
Pequeños cambios así pueden tener un gran impacto en la salud física y mental.

Conclusión

La música no solo se escucha: se siente y se vive en el cuerpo. Sus efectos pueden medirse en la modificación de las constantes vitales, en respiraciones más tranquilas y síntomas de ansiedad menos frecuentes. Usarla de forma selectiva y consciente, acompañada de hábitos saludables, puede convertirse en una aliada accesible y poderosa para el bienestar de los jóvenes.

  • Consulta el archivo para detalles y referencias de la investigación

Ayala Rivera, Santiago; Castillo Salazar, María; Dominguez Alvarado, Luis; Ilescas Cruz, Karen; Mares Lara, Félix; Macias Mancilla, Angel; Saldívar Tlatenchi, Wendi

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